viernes, 31 de julio de 2015 0 COMENTARIOS

Maquillando deuda pública

¿Que la deuda pública de España se nos va de las manos? No pasa nada: se utiliza otro método para calcularla y así parece que tenemos menos. Lo llamaremos deuda según el "protocolo de déficit excesivo". Básicamente el PDE deja de computar a efectos de deuda las operaciones comerciales del Estado (empresas públicas) e inversiones (principalmente de infraestructuras) ¡Olé!.

Tal es así que nos dicen que tenemos una deuda pública de 1,04 billones de euros (aproximadamente el 96 % del PIB) cuando la deuda real (pasivos en circulación) es de 1,54 billones (144 % del PIB) de euros. 500.000 millones de deuda de diferencia sacados de la chistera. Con dos bemoles.

Claro que los índices macro están mejorando, pero a base de crédito e hipotecando al país para muchos años. La risa vendrá cuando tengamos que devolver todo el dinero que nos están prestando. 

Yo voy a por palomitas.
lunes, 13 de julio de 2015 0 COMENTARIOS

La era del postureo

Tras un largo periodo de inactividad en muchos aspectos de mi vida he decidido  retomar esta sana costumbre de escribir de vez en cuando. Vuelvo a tener ganas de dejar plasmadas mis tonterías aquí. Gracias por leerme :-)

Nota del ingeniero colaborador: esto es un crítica mordaz.

Vivimos en una época en la que muchos de nosotros nos hemos convertido en auténticos productos. Me explico. Somos una sociedad que utilizamos la tecnología para mostrar al mundo con gran afán todas las facetas posibles de nuestra vida: qué lugares frecuentamos, qué comemos, cuánto deporte hacemos, cuantos "amigos" tenemos, lo imbéciles que somos escribiendo artículos, lo felices que somos o lo bien que nos lo pasamos en todas las fiestas a las que asistimos. Todo ello con un único propósito: vendernos de la mejor manera posible esperando que alguien nos compre. Y para conseguir ese producto perfecto digno de ser vendido, el oferente en ocasiones se ve obligado a mentir. Es ahí donde aparece el famoso "postureo" o también conocido simplemente como aparentar. 

Por ejemplo, no importa que odies el sushi del restaurante japonés al que has ido porque lo que realmente importa es que hayas hecho una foto al plato, le pongas un filtro para que quede bonito y la subas a todas las redes sociales posibles. Tienes que aparentar que te gusta el sushi o cualquier comida rara solo porque está de moda

Tampoco importa que no te guste la fiesta a la que has ido o que te lo estés pasando mal, lo primordial es que te hagas una foto con tus amigos poniendo sonrisas falsas, le pongas otro filtro y la titules con alguna frase de cualquier libro de Paulo Coelho que ni siquiera has leído. Es más, seguramente no sepas ni quién es Paulo Coelho. Pero repito: eso no importa. Lo que es necesario es que quien ha de comprar tu producto piense que te lo has pasado estupendamente. Porque, claro, las personas guays y modernas nunca se aburren por sus vidas molan mucho debido a que hacen muchísimas cosas interesantes.

Y así con todo.

A raíz de esto, si hemos creado este mercado virtual en el que los productos y oferentes somos nosotros mismos, ¿quiénes son los demandantes, quién nos compra? También nosotros. En este mercado desempeñamos ambos roles. Hay oferta porque, a su vez, hay demanda, claro está. Queremos conocer todo lo que nuestros amigos (virtuales o no) hacen en sus vidas cotidianas. Unas vidas plagadas de éxito, felicidad y todas esas cosas buenas que le pasan a la gente que mola.

Teniendo ya claro quienes son los actores de esta jovial atracción tecnológica, ¿cuál es la moneda con la que se pagan esos productos? El "like", el "me gusta". Es la palmadita en el hombro, el halago del siglo XXI. El gesto mediante el cual compramos lo que vemos. Clicando ese botón del infierno conseguimos insuflar, engordar y aumentar el ego de esa persona que mola tanto y que ha hecho un esfuerzo por vender un trocito de su vida para ti. Algunos parece ser que miden su felicidad en números. En números de likes y comentarios. 

Hace no mucho tiempo un amigo me contaba que algunas personas de su facebook que no conocía mucho creía que sus vidas eran muy interesantes. A la vista de lo que publicaban en redes sociales era todo cosas bonitas repletas de viajes, cenas, aventuras, felicidad y alegría. Le dije probablemente que la vida de esas personas era la misma que la suya y la mía, de gente normal y corriente. Solo que no nos encargábamos de maquillarla. O al menos, no tanto.

Creedme. Como cualquier otro ser humano, esas personas también tienen momentos que no son tan dignos de ser publicados porque no podrían mejorarse ni con el mejor filtro de Instagram.

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